Capítulo 1 de Mi Rubí: ¿Y existe la luz?


Capítulo 1
¿Y existe la luz?


No sé si tengo los ojos abiertos o cerrados, ¿y acaso tengo ojos? No sé si pienso o si soy algo siquiera. ¿Es oscuridad lo que me ciega? ¡Sí!, y me consume; me consume en lo más profundo de lo que soy o lo que fui. ¿Y qué fui en realidad? Nunca había visto algo tan oscuro, más oscuro que la noche y más oscuro que mi alma; ¿y es que tengo alma? “¡Quiero salir de aquí, sáquenme de aquí! ¡Alguien que me ayude!”; grito. Pero no escucho nada; no escucho ni mi aliento, ni mi voz, ¡ni nada! ¡Estoy solo!… Me abraza la ira y quiero soltarme; ¿puedo hacerlo? ¿Dónde están mis manos?, ¿mi cuerpo?… Me corroe mi enojo, pero no siento nada. ¿Qué lugar es este en el que me pierdo? ¡Sí, definitivamente estoy perdido, perdido en la nada…!

Mis emociones oscilan en la negrura en busca de mí, y descubro mis ojos abiertos y mis manos examinando a qué afianzarse; estoy tan furioso y agresivo que peleo y no detecto con qué, mis pulmones gruñen y vibra mi cuerpo. ¡Oh!, aquí está mi cuerpo; y aún así sigo sin ver no más que negror. Persisto en la lucha, tratando de empujar la oscuridad, mi nada; pero no se mueve, no cede, no me da espacio… Me hundo en el cansancio y, rebusco en mi interior la fuerza para mantenerme peleando; pero no la encuentro… Debo ir más a fondo; procuro localizar algo que me motive y no hallo nada. ¿Es que nada tengo?, ¿o nada soy?; ¿cómo este vacío inmenso que me abarca?… No permito que esto me abrume y me concentro, me obligo a indagar más en lo recóndito, escrutando… precisando algo para aferrarme… ¡Ah, aquí está! Lo que encuentro es mi ser oscuro, oscuro como esta nada que me rodea; me encierra un frío perturbador y no estoy seguro si es en la nada o si es mi propia lobreguez presentándose. Todos tenemos ese alguien que no creemos sea un nosotros oculto y se asoma cuando menos lo esperamos; ¡ese!, es mi arma ahora; debo pedirle que salga, tengo que darle el permiso de dominar y de ser

Me invade una ola de ferocidad y siento mi conciencia estremecer y contender… Forcejeo contra algo que choca en mis manos, ¿qué es?, y puedo empujarlo con mi costado, y con el hombro continúo empujando, afincando mis pies como si estuviera deshaciéndome de una pared; pero, permanezco en la nada que se resiste a mi escaso esfuerzo. ¿Es que tengo que volverme más feroz? Tenso la mandíbula para preparar todo mi ser y suenan mis dientes; ¡espera!, ¿escuché mis dientes? Mi oculto se asoma y me sonríe, y yo, le sonrío de vuelta. “Está bien, ¡te dejo ser!” En este momento no tengo ningún control de mí, pero siento cómo me muevo; me muevo atroz y feroz, como si fuera una bomba en espera de detonar, ya está a punto y su temporizador casi llega a cero. Y, con tenacidad y transigencia, mi todo, ¡yo ahora!, se libera, ¡explotando al fin!

Me asalta una luz cegadora y aprieto mis ojos, ahora resentidos; me duelen y me alegra. Caigo en cuenta que no es lo único que me duele, me duelen mis brazos, mis piernas y todo mi cuerpo; siento mis manos agarrotadas a mi rara joya roja de la suerte y el estómago estragado; siento mi piel abrazando con ímpetu mis huesos y mis memorias caen de repente. Abro al fin los ojos y me atropellan las imágenes que veo, ¿son imágenes o es la realidad lo que me rodea?…

Ya confirmando con horror que soy el único cuerpo con vida, ¿es lo que debería?; solo respiro, dudo que esto sea estar vivo. ¡No debería estar vivo! ¡No yo…! Mis remordimientos me acusan y juzgan: “¿cómo fuiste capaz?” Es verdad que las órdenes se cumplen; no existe nada más poderoso y atroz que una orden, pero, debería haber sus excepciones. ¿Cómo cumplir algo tan imperdonable? Mi conciencia se arrepiente y ¡ahora tengo que vivir con esto! Me vuelve a sonreír mi yo, ahora no más oculto; es que parece que nunca ha estado oculto… Comprendo que la rara joya de la suerte ¡no la apretaba yo!… ¿Toda mi vida se trata de ser un personaje diferente, dependiendo de las circunstancias? ¿Esa es mi excusa para esconder mi yo reprimido?

Debí ser parte también de esos sin aliento que me rodean, sin casi formas reconocidas; los que creo son los soldados Jack y su hermano John; estaban conmigo cuando todo se volvió un caos. No sé cuánto tiempo estuve en la nada, pero ahora deseo estar ahí y no aquí rodeado de ellos y de otras dos más almas desgarradas por mi culpa: Natalia y Ángelo; mis cuatro mejores amigos. ¡Y aun así queda un testigo! ¿Todo fue por nada? Quisiera tener el valor para detener mi respiración; debe ser cuestión de tiempo, solo me dejaré llevar de regreso a mi ahora deseada oscuridad; todo habrá terminado y no será en vano. “¡Sí, eso está bien!, solo un poco más de tiempo y todo habrá terminado”; me repito a mí mismo esperando que sea antes de que me atrapen. Cierro  mis  ojos  y  espero  a  que  mi  nada,  me

cubra de nuevo…

Esta vez escucho con claridad pasos acercándose y con más prisa cada segundo.

—¡Aquí, aquí está, rápido! ¿General, General? ¿Me escucha, señor? …

¡No, no quiero escuchar! ¿Dónde está mi oscuridad ahora? Revoloteando en mi conciencia y yo negando las palabras, es mi sombra, la que logra contestar a la pregunta:

—¡Sí!…

                                   


Ha pasado ya algo de tiempo desde que la guerra terminó y de aquel despertar a lo que debió ser una terrible pesadilla, pero no ha habido nada tan cierto y terrorífico en el alma de alguien como lo que llevo en mis sombras. Mi equipo asesinado por mí, ¡sólo por mí! Se suponía que muriéramos todos; ese era el plan, teníamos información clasificada y extraoficial que en manos del enemigo les daría la victoria; se decidió acabar con nuestras vidas cuando estaban a punto de atraparnos y seríamos torturados hasta lograr lo cometido. Las órdenes fueron claras: «Eliminar todo tipo de riesgos»; y claramente ¡éramos nosotros!, toda la información estaba en nuestras cabezas. Evidentemente había fallado a mi misión…; aquí estoy yo en un falsamente aparente día común para el resto de las personas, pero para mí es un día más de mi merecida agonía, gracias a haber sobrevivido, a pesar de tratar de aferrarme sin logro, de vuelta a mi oscura nada que ya conozco; pero fui rescatado y devuelto a lo que llamo: “mi odioso ser”.

«—Es usted declarado héroe con los más altos honores por su valentía y sacrificio; y los de su equipo, son héroes de guerra muertos en acción. ¡Serán recordados en la historia!»

“¿Es en serio?”; ese es el único pensamiento apesadumbrado, sin espacio a nada más, y he estado tratando de ahogarlo sin éxito alguno desde ese día.

Hoy estoy aquí, sentado en una mesa en un café de una pequeña plaza, en Positano, comuna en la región de la Campiña Italiana; lugar que está intentando reponerse de los dolores de la Segunda Guerra Mundial, como el resto de los países tocados por tan espantoso hecho; veo al frente con mis ojos y oídos opacos, sin ver ni escuchar nada, solo siluetas tristes en ánimo fingido caminando, de un lado a otro con voces, presumiendo planes forzados a un futuro. Sin prestar sincero interés al mundo no merecido que hoy habito, sin tener en mi vida nada por qué luchar, nada por qué esforzarme, nadie con quien compartir dichas ni pesares, más bien cargo mis sombras llenando de bruma la abarrotada atmósfera que me rodea, dubitativo, bajo la vista deseando poder hacer polvo mi gema con mis manos; con la mirada fija en ella, en este momento en que estoy decidiendo cómo hacerlo, visto que es imposible con un puñetazo, y haciendo más difícil la solución su tamaño, el sol traslada un rayo incrustado en la piedra roja dirigiéndolo a una muchacha que pasa justo por mi lado; llamando su atención a mis manos.

—Es reconocida como la primera piedra preciosa en los antiguos escritos sánscritos, y en la biblia se menciona cuatro veces —con un poco de emoción, comienza a citar como si leyera las páginas de un libro—. Al rubí, se le conoció mediante los escritos de la India, datados hace dos mil trescientos años A.C.; “ruber” en latín, de ahí su nombre, significa “rojo”. Esta piedra es considerada el líder de las gemas y, “Una gota de la sangre del corazón de la madre Tierra”; es como se precisa en el Oriente… —mis ojos se alzan para seguir la voz que me habla, guiándome hacia unos labios rojos carnosos, con una amplia sonrisa, asomando dientes pronunciados pero no grandes— Me llamo Rubí —dice sin nada de formalidades.

Y apoya las palmas de sus manos en mi mesa desgastada, inclinando su cuerpo hacia mí, aún con sus labios rojos en esa sonrisa abrasadora y un poco pícara, adornada con suaves pecas que, ¡ya me tiene cautivado! Me esfuerzo por llevar mi vista a sus ojos poco maquillados y, sorprendido, me invade el delirio que para mí es ahora su mirada; y así, sin más, se convierte en ¡mi necesidad!

Ver a esta chica, me ha hecho sentir cómo se supone hace sentir el atardecer cuando se le presta atención… El atardecer es el momento que nos brinda el día, donde la vida se divide en tres: la primera es abajo, el caos; es aquí donde estoy ahora, con mi sombra a cuestas y mi nada aferrada; en el medio es lo perfecto: en esto segundo es la ocasión, en que resaltan los colores rojos movidos por las nubes, reduciéndolo el azul aguado más arriba, y es en el rojo donde se encuentra la paz, el silencio y el fuego, quemando los pesares que tuvimos en el día; es en este único instante donde el fuego y el silencio nos revelan quiénes somos en realidad, dejándolos llevarse todas nuestras aflicciones y remordimientos con el suave ir de las nubes, queriéndonos alejar sin ser conscientes de dónde estamos. Entonces, se reduce el fuego a un abrazador punto de luz, dándonos esperanza hasta convertirse en silencio más allá de la oscuridad, trayendo la intensa calma; una calma no infinita pero anhelada tranquilidad, y desaparece cuando llega la noche, y nos devuelve al caos que ahora es un todo.

—No deberías tener eso así a la vista, y menos emitiendo rayos sin control. ¡Es una piedra mágica! —afirma arqueando sus casi gruesas cejas.

Permanezco en silencio y su sonrisa alegre se va apagando, y deja su mirada fija en mí unos segundos esperando escuchar mi voz; pero yo no consigo pronunciar sonido alguno. Vuelve a su postura anterior y se da la vuelta para seguir su camino. Me quedo aquí sentado, viendo su silueta alejarse como si fuera en cámara lenta. Su cabello de enormes ondas lo lleva suelto, sostenido al viento e iluminado por el sol; no me había dado cuenta lo azul que está el cielo hoy; lo noto, porque hace contraste con el color anaranjado como fuego que es su cabello. Lleva un vestido blanco que deja ver, aunque entre lo delgada, sus sugestivas curvas, y unas piernas largas, también salpicadas, que estilizan sus zapatos altos. “¡Levántate!”; me digo a mí mismo, y lo hago con demasiado ruido pero ella no se voltea a ver; sigo sus pasos hasta llegar a su lado rápidamente y me acomodo a su compás.

—¿Puedo acompañarte? —le pregunto con demasiado interés expuesto.

—¡Sí tienes voz entonces! —su voz ahora es algo seca. 

Eso lastima mis oídos.

—Perdón por lo de antes,  es que me tomaste por

sorpresa; llevo mucho rato ahí sentado y no pensé que alguien se volteara a verme siquiera —ella se detiene a observar mi rostro ansioso y a mis ojos ocultando mi oscuridad.

—¡Oiga, señor! Se olvidó de pagar su café… ¡Señor! —grita una voz y asumo que es mi camarero.

—Por favor, ¿me esperas un segundo a que pague mi cuenta? —le pregunto a la chica siguiendo su juego de informalidades, ahora desconcertada por mi repentino interés.

Lo piensa otro segundo en lo que sigo escuchando al pobre camarero tratando de llamar mi atención. Sin mirar a mi espalda levanto una mano dando la señal al joven que espere un momento, y esos ojos ámbar luminosos como su cabello, pero que tienen el cobre relajado en ellos con fondo amarillo y… ¿líneas verdes?, frente a mí, vuelven a avivarse y, con su media sonrisa encantadora, rodeada de sus casi traslúcidas pecas, me dice:

—¡Está bien!

Ya de regreso y un poco nervioso por la ráfaga de aire que me está llegando a los pulmones, sin soplar siquiera ahora un viento real, pero aun así yo estoy llenándome de oxígeno, me acerco a la chica; y, con mis manos y mi piedra ocultas en mis bolsillos, y mi cabeza un poco inclinada hacia su rostro, para así poder tener sus ojos del color que toma el sol al final del atardecer más cerca de los míos, sin ella retroceder a mi invasión a su espacio personal, me sumerjo en ellos y vuelvo a perder mi voz. ¿Qué estaba a punto de decir?…

—Um, no suelo hablar con nadie que no conozca, pero siento una atracción por las piedras preciosas y… —señala mis bolsillos—, esa es aún más irresistible para mí.

—¡No imagino por qué, Rubí! —le comento con casi una sonrisa, y cuando ella la responde es que los dos reímos más ampliamente a la vez— Mucho gusto, soy Egan Dante. ¿Puedo acompañarte? —y le repito con el mismo anterior interés. 

—Solo voy unas pocas cuadras más adelante…

Hace una pausa y me estudia con la mirada; deduzco que no se siente segura de decirme en realidad a dónde se dirige y, no estoy dispuesto ahora a despedirme o a programar un próximo encuentro para otro día.

—¿Puedes tú entonces, acompañarme a mí? Quisiera que me contaras un poco más de mi piedra; si tienes tiempo —ahora, por dejarle elegir, me asusta que no acepte, pero así es posible que confíe en mí—. Solo podemos sentarnos ahí —le digo señalando un pequeño banco donde las personas se sientan sin ver el hermoso paisaje, apenas reluciendo a la luz que nos brinda esta pequeña ciudad; recuerdo cómo Ángelo siempre me hablaba de lo hermoso que era este lugar y que para el mundo pasa desapercibido. ¡Eso me trae agonía!—. Si te parece bien —le insisto, aparentemente dejándole elegir otra vez.

Asiente con su cabeza y su cabello de fuego revolotea, ocultando parcialmente su rostro, y me dan muchas ganas de apartarlo de ahí; pero mantengo mis manos en los bolsillos para evitar los deseos repentinos de querer tocar todo de ella. Aliviado, observo cómo ella lo retira por mí.

Bajamos las  estrechas  escaleras para así cruzar la

calle y ella, caminando a mi lado, llama todas las miradas de personas que yo había ignorado hasta ahora. ¿Es que había tantas personas todo este tiempo? Tanto mujeres como hombres la siguen con la vista y comienzo a ponerme celoso; celoso por no poder detenerme y contemplar su andar casi danzado. ¡Es tan hermosa! Y sin explicación, me lleno de orgullo de que estoy yo caminando a su lado, y, no me corresponde… Le hago un gesto con la mano para que se siente, y yo me siento después, dándole frente.

—¿Y eres nuevo aquí? No te había visto antes —pregunta llena de curiosidad verdadera.

—Sí, pensé que este sería un buen lugar para poner las ideas en orden —le contesto desviando la mirada, tratando de cambiar el tema, evitando mostrarle mi adherida oscuridad. Saco la piedra de mi bolsillo y la pongo en sus manos, y el roce de su piel me parece una corriente de vida, ¡tan cálido!—. Este rubí perteneció a mi familia desde generaciones anteriores, no estoy seguro de cuántas. Mi madre me lo dio cuando era solo un niño; era su gema favorita y la usé como amuleto en la guerra, ya sabes —le comento encogiendo los hombros—. Todos los soldados cargamos alguno —termino con notable pesar en mi grave voz, con su ronca característica.

Percibo que, por supuesto, va a comentar algo al respecto, pero lo que no esperaba es que pusiera una de sus manos en mi mejilla, tan dulcemente que, no puedo evitar alzar los ojos y perderme en su nueva expresión; todo es nuevo para mí, no solo sus ojos de atardecer y sus labios rojos perfectos, o su gentileza hacia un extraño o su espontáneo interés hacia alguien como yo. ¿Será cierto que no habla mucho con desconocidos? Pues lo hace muy bien, me hace sentir que no soy un extraño. Y es que lo he sido siempre, he querido ser un desconocido y pasar desapercibido y, en esta etapa de mi vida, con más ímpetu que nunca; estoy roto y no tengo nada bueno que ofrecer pero, extrañamente a esta chica sí le quiero pertenecer… Pienso desordenado… “¡No lo merezco!, ¿quién es ella? ¿De dónde salió?

—¡Todo va a estar bien! —me habla entrecerrando sus ojos peculiares y largas pestañas como carbón. ¡Nunca antes había visto unos ojos tan tiernos y puros en mi vida!— A parte de su belleza, de todas las piedras, a esta gema, probablemente la actividad energética que la embarga es la más poderosa. Su magia nos proporcionará lo que deseamos, y no habrá vuelta atrás; hay que estar muy conscientes de lo que se quiere —volviendo a citar su libro, pone la piedra, en estos momentos más centelleante que antes, en mis manos, cerrándolas con una de las suyas sin retirar la otra, que todavía permanece en mi rostro—. ¡Este rubí te ha protegido y debes saber que lo mereces!, aunque creas que no es así. La guerra nos ha traído y dejado cosas horribles a todos pero, si sobrevives a ella, debes honrar a los que no lo hicieron.

—No debí estar aquí hoy, no me corresponde y no era el plan. Y eso, ¡es imperdonable y… perturbador! —mi voz es solo un susurro— Pero gracias por ser tan bondadosa con un desconocido —sonrío sin ganas.

—Con esos extraños ojos verdes como río, reflejando un cielo en pequeñas líneas azules, intensos y profundos como un tigre salvaje en las sombras, deberías ver a la claridad y darte cuenta que siempre hay un mejor allá que nos espera a todos. Y ahí, ¡no estás solo! —sin importarme lo raro de la situación, donde una mujer muy observadora le dice estas cosas a un hombre que ni siquiera conoce, su voz es muy tranquilizadora y me dejo cubrir por esta nube… Libera mi mejilla y se pone de pie con precipitado gesto, ¿cómo si huyera de mi insigne acecho? Mi vergüenza no me deja copiar su movimiento, ni siquiera por cortesía, y mi cuerpo nervioso se regañará si en efecto, ella está ofendida…— Debo irme, mi padre me espera. Me alegro de conocerte y perdón por mi intromisión hace un rato allí, en tu mesa —menciona dirigiendo una mano a la pequeña plaza que nos observa desde el otro lado de la calle—. Es en serio cuando dije que no acostumbro a hablar con desconocidos.

Borrando mis dudas de ofensa, nuevamente me sonríe tan ampliamente que, tartamudeando y poniéndome de pie, también le digo:

—Me… a-aleg-gro que interrumpieras… mis… p-pensamientos; y necesito saber si podré verte de nuevo… ¿Por favor? —trato de simular la súplica en mi petición y, aunque me puedo componer al final, es más que evidente que su mera presencia está haciendo un fuerte efecto en mí.

He sobrevivido a la muerte deseando permanecer en ella, siendo fiel a ese pensamiento cada día en este tiempo transcurrido, hasta convertirlos en hábito; pero hoy, me han tomado desprevenido estas nuevas emociones que no reconozco. ¿Qué se supone haga al respecto? Ni mi cuerpo, ni mi mente, ni mi alma están preparados; soy trozos de desechos en inercia bajo una lluvia sombría y desierta, ella ha llegado a mi vida como el sol dentro de la tormenta, traspasando sus rayos las espesas gotas de agua construyendo colores sobre mi destrozado ser, para resguardarme de la torrencial tempestad. Rebusco en mi interior y no comprendo cómo se supone que yo, así tan quebrado como estoy, pueda ser bueno para ella. Advierto que eso no será nada fácil, y también me doy cuenta de que mis profundidades necesitan a esta chica de labios rojos, con su cabello de fuego quemando mis preocupaciones, y lo racional… Mis decididos pensamientos se revuelven sin control, organizando una vida de la que inesperadamente dependo; no sé cómo sucedió ni el porqué de esta repentina pasión, colmándome de imprevistos sentimientos vehementes, capaz de dominar mi voluntad y perturbar la razón; vibrando todo de mí, ¡incluso mis más potentes instintos de hombre con necesidades liberadas!... Concluyo que, ¡haré cualquier cosa para merecerla!

—¡Estoy segura que nos volveremos a encontrar!

Sus palabras con tono de convincentes esperanzas, anclan las chispas activadas de mi sed de ella, y albergan la idea de esperarla en la silla de la misma mesa desgastada mañana y, si no pasa, me prometo que ahí me quedaré el día después de mañana y todos los posteriores a ese.

Se gira y, mientras se aleja, mi cuerpo se debate en seguirla a hurtadillas; pero solo puedo quedarme aquí parado como estatua, siendo parte de la decoración del pequeño pueblo, viendo cómo mi atardecer termina y, me llega otra vez el caos...


•••
   Mi Rubí, 2021
© Rebeca Alpízar
Primer libro de la serie.
Todos los derechos reservados.
Se prohíbe la reproducción parcial o total por
cualquier medio, sea mecánico, fotocopiado o
electrónico, sin la respectiva autorización el autor.

    Acceso:

Comentarios