Capítulo 1
¡Desde antes hasta siempre!
Parte 1
El frío más allá de mí logra tocarme la piel, mis ojos ven mi reflejo rodeado de oscuridad, pero estática me quedo observando si hay algo más… No sé cuánto tiempo ha pasado, pero lo negro ya no me abraza y el espejo ha dejado de ser; lo que ahora puedo ver es un enmarcado de verde pasto, cielo azul en paisaje y muchos árboles. ¡Qué bonito!, ¡hasta las sombras me cautivan!... Jum, ¿y por qué están huyendo?... ¡Oh!, no están escapando, es que es el cristal el que está en movimiento y yo lo estoy con él desde este lado… ¡Qué verde tan hermoso!... ¿Y qué le pasó al frío? Lo tibio es muy reconfortante; ya casi siento que quema pero, sigue siendo muy agradable, divino, más bien... ¡Oh, delicioso!...
Y de repente, mientras en ver paseo, sobreponiéndose en imagen el verde pasto se transforma a mi mirada favorita; y aquí, me vuelvo a ver reflejada con la confusión asomada…
—Lamento despertarte, no pude evitarlo —su ronques confabuladora airea mi rostro con acabado sueño.
“Así que es esto lo tibio. ¡Debí adivinarlo!”
Su cuerpo me tiene envuelta con agraciado calor, sus manos comienzan su recorrido cuando se da cuenta que ya estoy consciente; bueno, lo estuve un segundo atrás, como siempre me pasa con esta mirada, sus claros deseos expuestos en su voz y, su cuerpo.
—No seas mentiroso, no lamentas despertarme.
Coopero con sus acciones y comienzo las mías a sus cejas; beso su cicatriz y me acomodo aún más en su resguardo sin dejar olvidado su cabello.
—¡Muy cierto! —suelta con su arrebatadora media sonrisa de arrogancia. Y tengo que besarla con la mía— ¿Qué estabas soñando? —pregunta.
Y esta voz en mi oído, hace que cada uno de mis vellos reaccionen inconscientes y contentos.
—No sé si comprendí, pero creo que estaba viajando en un tren a la salida de un túnel —encojo mis hombros pese a su abrazo. Mi Egan entonces da vuelta a su cuerpo para quedar boca arriba, y con agilidad me mantiene acostada sobre él—. Eres como una cama «King Size».
Su sonrisa ahora es un estruendo y reboto en su estómago como si estuviera sí, en una cama King Size, pero esta es elástica; y más risotadas se suman.
—¡Buenos días, mi sol! —”¡es tan dulce su saludo!”
En resultado, mis pestañas le corresponden frenéticas, y con la punta de sus dedos roza mi rostro y en camino limpio, sigue hasta domar mi cabello detrás de mis orejas.
—¡Buenos días, mi amor! —le digo.
Beso sus verdes ojos en brillo deslumbrante y se me escapa un suspiro derretido.
—¿Estás lista? —pregunta ceñudo descifrando el por qué de mi suspiro.
—¡Claro que sí, Egan Dante!
A mi blanca exclamación integro su significado sin ser este, el acto elocuente a su pregunta; pero lo acepta muy deprisa. A pesar de las muchas veces que nos hemos entregado pasiones, mi labio inferior sigue delatando mis nervios mezclados a mis ansias de todo su ser, pero como a él siempre se le hace atractivo, pues no me queda más que excarcelar todas mis reacciones, de igual manera, incontroladas y resbaladizas; mucho, debo señalar.
Saboreo muy despacio este paisaje apenas bronceado que poseo, inicio con sus cejas que resaltan su carácter determinado, a sus ojos en color en representación de la vida, que son las puertas a lo peligrosamente irresistible de sus secretos en trasparencia a mi entendimiento; acaricio su barba y con la punta de mi nariz hago una pausa en sus labios suaves y carnosos, como un malvavisco tapizado en poder, exquisitamente absorbente de cada una de mis células existentes en mi cuerpo; aspiro y sigo a su garganta para besar la semilla de adán que no está quieta, tampoco lo está su respiración ni sus manos; eso me arrebata un jadeo y entonces él sonríe satisfecho. “¡Sí que lo tengo engreído!; pero, ¡me encanta!” Prosigo a su pecho escasamente poblado en vellos, no sin antes haber encariñado la cicatriz de su hombro; sus músculos están acentuados en redondeces moderados y cantidades de adrenalina, a la que no dejo escapar ni un solo instante; continúo y continúo sin ser interrumpida, deleitando mis labios, a mi olfato, mi temperatura y sus otras marcas; sus brazos se interponen en mi camino, ¡también los disfruto! ¡Juro que puedo estar así, aquí, todo el día! “La verdad hemos estado así en cada segundo que no hay nadie observando; o eso creemos”.
A mi pensamiento se le escapa una sonrisa y él me atrae para enfrentarme a su mirada preguntona.
—¿Crees que de verdad nadie nos haya visto anoche, en el muelle? —con mi duda mi rubor no acompaña a mi tono supuesto a estar avergonzado.
Nunca antes imaginé que yo sería una de esas personas que pudiera ser acusada de exhibicionismo público, pero cuando estoy con mi Egan es muy fácil confiar de que no somos de esas personas, y de que lo que hacemos, y cómo lo hacemos, es correcto, visto que es puro amor y no irresponsabilidad ni diversión momentánea…, simplemente es permitido y requerido.
—¡No! O por lo menos es lo que recuerdo antes de perder el conoci… —quiere decir en su forma de describir el estado en que su cerebro reacciona a nuestras pasiones, y no sé si es en risa o gruñido, pero no puede terminar su oración cuando en este instante, en sus palabras, me adueño de mis anhelos.
Automáticamente sus fuertes manos afianzan mi cintura, y la que pierde el «conocimiento» en este momento soy yo. Mis pies los apoyo sobre la cama y mis manos se hacen en puños sobre su pecho, aprisiono su espalda a las sábanas y, como él lo describe, «bailo», tanto como le gusta y me ambiciona.
Mi Egan permanece en total goce, y yo, contemplo cómo este pedazo de hombre me enloquece; mi espalda obra por su cuenta y sé, que mi prisión será burlada. Tan rápido como un parpadear su boca ya está en mis senos, y mis gemidos nos rodean con empeño; sus brazos férreos revierten los personajes, él es mi opresor y yo su cautiva. El enorme collar resplandece y sus ojos se encuentran en ello en una pequeñísima ocasión, para luego enfocarse nuevamente en sus planes de descontrol a nuestros placeres; yo en regocijo y en las nubes, a dónde siempre me lleva y se queda conmigo, le permito hacer de mí lo que se disponga… No entiendo cómo se le hace tan fácil maniobrar con mi cuerpo sobre el suyo, pero apoya una de sus manos en el colchón y con la otra todavía en su aferro a mi cintura, gira y veloz pero con delicadeza, me deposita sobre las sábanas acostándome sobre mis pechos; un sonido muy bajo y ronco escolta todo lo que hace a partir de ahora… ¡Por los cielos!, todo lo veo nublado, y eso es sólo cuando abro los ojos que no es algo que hago muy frecuente, y sumando «mi Rubí» en su canto, mi cabeza en vueltas siente cada nervio que es rosado por sus labios y los vellos de su contigüidad. Primero es mi nuca después de liberarla de mi cabello, sigue en línea por mi espalda como si trazara un trayecto de exploración con muchas metas marcadas, y sobre su sonido suspira y aspira en mis caderas que instintivas gritan a las suyas; mas no es escuchada, porque sus labios, ni sus vellos, no se detienen y recorren mis muslos hasta la punta de mis pies. Al subir, es que lo que proporciona el ruido es mi voz en galope, no solamente por su respuesta al detenimiento en besos y respirares en la aclamadora, sino, por su cuerpo estampado al mío y sus brazos enroscados, como tentáculos de pulpo a mi cuerpo enardecido y estruendoso que contagia al de mi Egan en complacencia vibrante. Los segundos son ahora minutos y los minutos, son nuestro edén, y ahí, aquí, constantemente permanecemos hasta que extasiados, los temblores nos invaden…
—Cada vez que me das estos buenos días, me preocupa que mi corazón se me escape del pecho —su voz muy queda murmura en mi oído.
Su aire aún hirviendo eriza nuevamente mi piel, por supuesto que él lo nota; besa mi hombro contiguo y recuesta su rostro en mi espalda, y sus caricias emprenden direcciones distintas por todas mis superficies.
—Te prometo que lo atraparé —le digo todavía en suspiros y escuchando los cantos de mis superficies por sus roces.
—¡Cuento con ello! Lo necesito aquí dentro para poder seguir teniendo el privilegio de sentirlo latir por ti, y así, me dé las fuerzas de tenerte más momentos como estos en mis brazos… ¡No imagino una vida sin ti! —su baja voz se torna melancólica.
Eso contagia a la mía:
—¡Pues no lo hagas!
—Lo siento, acordamos que no hablaríamos más sobre eso —sus extremidades se tensan en mi entorno junto con su entonación.
Y eso siempre me pone nerviosa.
—Mi Egan, mi amor, no pasa nada —hoy es un día demasiado feliz para empezar una discusión; con algo de molestia controlada, roto en mí, pero permanezco en su agarre y así puedo encarar sus pupilas tristes que, me distraen de lo que quería decirle—. Se supone que esa mirada esté radiante después de hacer el amor, ¿no crees? ¿O es que ya te aburres de mí?
El chiste en pregunta se queda atorado en mi garganta, y lo que él escucha es el dolor en mi pecho a la duda de la ligera posibilidad de tal hecho; aunque improbable, ¿verdad? A mi antigua inseguridad no le permito contestar pero, su callar no evita que la imagen del reflejo me hable, la del sueño reciente. Analizando la analogía en su totalidad: ando a oscuras con mi yo a solas, sin su collar…, transcurrido un tiempo indefinido veo vida, pero igual sigo sola…; pero no me sentí triste, más bien deslumbrada por un verde, sombras y más vida…
—¿Cómo puedes siquiera pensar eso? —su carrasposa voz me saca de mis pensamientos, agradecida de que es sólo ahí donde estoy sola— ¿No te das cuenta que siendo este uno de los días más felices de mi vida, no puedo despegar mi piel de la tuya? ¿Crees que eso combina con aburrimiento?
Su rostro en el mismo espacio de mi aire, se pone como tomate maduro, y sin ser gracioso me provoca mucha risa.
—La verdad que no combina, y eso me recuerda que mi declaración de: «estar lista», no se refería a esta entrega matutina ya rutinaria.
Mis dientes asomados invitan a los suyos que contentos permanecen adornando su hablar:
—Pues déjame decirte que se nos hace tarde.
—¿Qué hora es? ¡Qué raro que no nos hayan tocado la puerta!
Apresurada, me escapo de su abrazo renuente a soltarme cuando rendido responde a mi beso acelerado. Si no fuera por lo crucial del acontecimiento, ¡de esta cama no me levanta nadie!
—Dejaron de hacerlo cuando se dieron cuenta que nunca les abriremos.
Sonriente lleva sus manos entrelazadas detrás de su cabeza y se acomoda en ellas, cruza sus piernas y paciente, con ojos fisgones observa cada uno de mis movimientos hasta arrodillarme y desaparecer de su vista bajo la cama. Aquí abajo, me quedo pensando de que todos los días hacen lo mismo, nos tocan la puerta o nos llaman; hasta mi padre, cada noche hace su llamada para repetir sus: «—Buenas noches».
—Yo no escuché ningún toque… —hablo desde mi escondite; o eso pensará que es lo que hago.
¡Casi ya estoy arrepentida por estar perdiéndome esos ojos verdes embriagadores!
—¡Claro que no, estabas de paseo en el tren! —su carcajada a su propio chiste es lo que me ocasiona gracia reidora.
—¡Qué tonto eres!
—¿Qué haces? —no logra retener su curiosidad por más tiempo.
—¡No te muevas! —y muy apresurada le ordeno.
Y su risa me deja saber que sigue en la misma posición.
“¡Rayos!, no hacía falta que lo envolviera tanto con la frazada, si ni tiempo hemos tenido de hacer mucho espionaje. Estoy segura que ni cuenta se ha dado que esto estaba. ¿Cuándo se ha visto a un hombre revisando bajo la cama?”...
Maniobro con cuidado y trato de no producir sonidos delatores, y al fin consigo sacar del escondite el obsequio para mi hombre; aún tapado, con cuidado lo deposito sobre el colchón y, ahora su rostro se llena de expresiones que no quiero parar de contar, pero lo hago cuando sus curiosas manos intentan deshacer las telas que son mis cómplices.
—¡Saca tus manos! —con un seco manotazo en ellas le doy otra orden.
Retrocede de inmediato con más risas que acompaño. Dudosa, me pongo de pie y rodeo la cama; unos cortos pasos más me acercan a la ventana de madera en azul, que abro sin dejar de ver de reojo si mi Egan está bien portado. La luz asoma el día en la habitación, y la silla de esa esquina, a mi izquierda, sobresale también en el mismo color y, una suave brisa despeina mi cabello felíz y rebelde; asimismo alborota nuestras típicas telas colgantes sobre la cama, pero no lo que sostiene el perchero colgado en uno de los troncos con cubridor pesado. “¡Egan sí sabe escoger los mejores lugares!” Este cuarto, todo lo que tiene por delante es un cielo tan azul como estas ventanas y el mar ahí abajo.
El olor a salitre fresco orea nuestro refugio y a mi hombre que, abandona las sábanas y se avienta a mí con besos agasadores.
—La mejor vista desde aquel ángulo —respondiendo a mi admiración únicamente callada en palabras, direcciona su vista a la cama vacía, para luego volver a besar mis labios en espera de los suyos—, eres tú aquí parada desnuda y vestida en este sol ataviada con tus lindas pecas, la brisa, y tu aroma sobresaliente.
—Yo no sé que vas hacer, pero procura hacer interminable tu repertorio, porque me estás mal acostumbrando —suelto en su aliento cuando mis manos se entrelazan en su cabello castaño en contraste con sus largas puntas claras, más bien doradas, que ya casi le tocan los hombros, y mis brazos los afinco en estos torneados y dispuestos.
—Eres tan hermosa que cada atisbo de luz, en diferentes tonos, hacen de ti diversos dibujos; siempre nuevos para contemplar una y otra vez. Algunas veces tus pecas desaparecen y tu piel brilla en dorado o en rosado, otras veces ellas lucen como estrellas y en otras, son puntos de encantos a la satinada porcelana que te embarga; tus labios, por otra parte, en carmesí o rojo creyón, me hacen el canto de la sirena y, tus ojos en oro cambiante, son mi fuego en llamas hechizándome con tu cabello siendo mi propio sol. Podrán extinguirse las palabras pero, nunca dejarás de deslumbrarme y enamorarme. Buscaré la forma de que mi repertorio, como tú lo has llamado, se reinvente en cada atardecer. Que por cierto, ya quedan pocas horas para el de hoy.
“A ver, ¿cómo se puede ser coherente con este hombre?”
Por más que quiera contestar a sus cortejos, o a su mirar en romance danzando con su boca en media sonrisa en besos y en sonido, las palabras no me llegan a la voz, revolotean en mi estómago y ahí se quedan; ni siquiera consigo decirle: «Te amo» tanto como me propuse…
Salto sin avisar y mis piernas le abrazan su cintura, sus brazos lo hacen con la mía y, mi boca le obsequia mis mariposas.
—¡Llévame a la cama! —en más besos alcanzo a ordenarle, y sus ojos se abren con malicia que me cuesta rechazar— Guarda para después, no hay tiempo y quiero que acumules tus pasiones; así tendrás más para darme.
Aún en su boca, mi risotada a su resignación sale por la ventana; creo llega a las personas de allá abajo, mas no investigamos.
Nos sienta al lado del fardo; todavía sujeta a su cintura con mis piernas, inclino mi torso para tirar de la frazada. Él tiene que ayudarme y, cuando se percata de lo que es, sus labios se circulan en un gesto perdurable.
—Lo más seguro es que ya tengas uno, pero quise darte este con mi nombre; sé que antes de comprar se debe tocar. La verdad es que no tengo ni idea si es bueno o no… –mientras le explico, es mi Egan el que abre el negro estuche con obvia información y saca su violín. Yo ni siquiera lo había abierto; lo cierto es que es muy bonito. Pedí que lo pintaran de rojo por supuesto y tallaran: «Tu Rubí» al lado contrario de la barbada con el mismo tipo de letra usada en mi collar. Me deslizo a las sábanas para permitirle estudiar su nueva adquisición, y con dulzura la punta de su dedo índice, vuelve a escribir mi nombre justo dónde ya está escrito— No sé si lo eché a perder con el color, pero puedes verlo más como un recuerdo que como…
—¿Estás hablando en serio? ¡Es increíble, mi flor!
¿Cómo lo conseguiste, en qué tiempo? —sus dedos en emoción van ensamblando cada accesorio del instrumento; en mi petición, incluí todo lo que me recomendaron— ¡Es maravilloso!
—Me beneficié de la expresión: «Hijita de papá» para que él usara sus influencias en Cremona —con comillas al aire en gestos le digo autosuficiente.
—Ya me parecía muy sospechosa esa maleta tan grande para estos días cuando llegó —con su cabeza agachada en dirección a su violín, su mirada por encima de sus pestañas me sonríe—. Todavía no entiendo cómo lo has conseguido.
—Fue toda una odisea, debo confesar. ¡Pero valió la pena sólo por ver tus ojos mirarme de esa forma! —es mi timidez la que le contesta y, mis manos entonces acarician mi mención.
—¡Gracias, mi bella Rubí! —su profunda sinceridad me complace muchísimo, igual que cada vez que me dice «mi bella Rubí»; esas palabras se me quedan en eco junto a las otras en relación como el reflejo infinito de un espejo frente al otro, o el mío en sus ojos al mencionarlas— El violín que me había regalado mi madre lo enterré junto con ella. La siguiente vez que toqué otro, fue tu espalda en la cabaña del lago —la nostalgia domina su entonación.
Y otra vez en consecuencia me pongo ansiosa.
—¡Oh, mi amor!, si lo hubiera sabido te habría dicho para mandarlo hacer con tus medidas exactas, a tu gusto. Pero supuse que ya tendrías y que no necesitabas que sonara bien. ¡Lo siento!… —lo que también siento, es traerle tan tristes recuerdos.
—Shhh… No digas eso —deja su regalo a un lado y toma mi rostro con sus dos manos, y comienza a hablarme muy despacio y bajo—. Es una increíble sorpresa, me ha gustado más de lo que puedes apreciar. ¡Y tu nombre en él, es lo mejor! —su media sonrisa y su ceja arqueada me relaja mi ceño fruncido antes de que sus labios hagan el intento; pero igual me quedo inmovil disfrutándolos en mi frente— Te garantizo que siendo de Cremona, sonará estupendo.
—Pues ese es tu terreno, yo no sé más que un poco de historia al respecto —concluyo con mi encogimiento de hombros.
Me observa un corto período; como es usual, leo todas sus intenciones y empiezo a sacar cuentas a ver si nos alcanza el tiempo, no obstante, termina primero y suspira calmado antes de ponerse de pie. Va al baño y los ruidos a algo que busca llenan mis oídos, empero embebecida por su aliento todavía como mi aura, no reacciono a su lejanía; cuando me dispongo a hacerlo ya está frente a mí con algo tan rojo que, pensaría que es sangre en una cantidad preocupante, y al advertir que luce muy cuadrada para ser líquido, mi Egan descubre el interior deformando la figura geométrica. Dentro, el blanco satín hace relucir unas gotas demasiado rojas y significantes, de igual color que la cajita que confundí como sangre; en ese mismísimo instante, entrando por la ventana, un rayito muy fino de sol golpea una de ellas y, se traslada a mi rubí que cuelga en mi pecho, cortándonos a los dos la respiración hasta recientemente compasada.
—¡Ni que lo hubiera planificado! —su comentario de asombro y en risa, hace sacudir su piel desnuda frente a mí. Enseguida que lee mi expresión, se sienta otra vez a mi lado y besa mi mejilla y la comisura de mis labios conspirando con mis deseos— Son traídos de la India, los pedí antes de irnos de la cabaña del lago. ¡Todavía no puedo creer que me llegaran a tiempo, precisamente dos minutos antes de que tu paseo en el tren terminase! Estaba indeciso si dártelos antes o después… —y mi pausa con muchas emociones y sensaciones, le hace volver hablar pero, en esta ocasión por los dos— Es imperativo que salgamos de esta habitación…
Menea su cabeza y ahora besa la línea entre mi nariz y mi cachete sonrojado; condescendiente me arrepiento de haberle negado su malicia de antes. Saca los pendientes y con delicadeza me los pone primero en una y luego en la segunda oreja, y después, las besa además. Regreso a sentarme en sus piernas para tener su rostro muy cerca del mío y, poder así satisfacer aunque sea a mis manos en caricias a sus cejas y a su cabello…
“Si no fuera por mi padre”…
—¡Gracias, son hermosos! —mi suspiro en palabras
cargadas de otro tema, le quita una ronca risa escandalosa...
•••
Tu Rubí, 2023
© Rebeca Alpízar
Segundo libro de la serie Mi Rubí, 2021
Todos los derechos reservados.
Se prohíbe la reproducción parcial o total por
cualquier medio, sea mecánico, fotocopiado o
electrónico, sin la respectiva autorización del autor.
Acceso:
Comentarios
Publicar un comentario